Casa Luis Barragán en Tacubaya (México D.F.). 1947
“Este es el Barragán que más me emociona, que nos muestra su arquitectura capaz de estar tanto en el mundo físico como en el mundo que susurra el espíritu de las cosas. Su obra enlaza mundos que no son necesariamente opuestos; se necesitan el uno al otro”1.
En 1947 Luis Barragán emprendía la construcción de su propia casa que acogería también su estudio profesional en el distrito de Tacubaya, en México D.F. Mediante una gran labor de investigación, el arquitecto buscó su propia interpretación de la modernidad, la del México de los materiales cálidos y naturales y el de los espacios respetuosos con las necesidades humanas.
Cuando nos aproximamos desde la calle Francisco Ramírez nos sorprende una fachada de hormigón anónima y que pasa totalmente desapercibida. Nada nos hace indicar lo que nos espera al cruzar el umbral de la puerta. Precisamente esa austeridad percibida desde el exterior hace que toda la atención se concentre inevitablemente en el interior. El edificio queda dividido en tres partes claramente diferenciadas: la vivienda, el estudio de arquitectura y el jardín. Aunque los dos primeros comparten el jardín, están casi totalmente separados entre sí, de tal manera que se enfatiza la importancia de este último.
En la parte de la vivienda, surgen espacios a doble altura de forma que se entrelazan visualmente las distintas estancias. El hormigón se combina con otros materiales habituales en la arquitectura de Barragán: vigas de madera de pino, pavimentos de madera de tabla ancha y de piedra volcánica. En los interiores, la tradición mexicana aparece con fuerza mediante la combinación de colores como dorados, púrpuras, rosas, anaranjados…con muebles de madera. Además, Barragán introduce piezas de arte seleccionadas como una pintura del artista Josef Albers o un cuadro totalmente dorado de Mathias Goeritz, con quien colaboró en muchos proyectos.
Los espacios siempre nos conducen al jardín como en el caso de la gran ventana de la sala de estar-biblioteca, que nos hace dudar del límite la estancia y nos sumerge en la exuberancia de la vegetación.
“En su propia casa, por ejemplo, el espacio interior, sereno y ascético de la estancia-biblioteca muestra, enmarcado, el jardín exterior, profuso, desordenado y penumbroso, y la culminación de los espacios de la azotea, vacíos abstractos clara y rotundamente confinados, que perciben del exterior sólo el cielo enmarcado”2.
Si accedemos a la terraza, nos encontramos en un nuevo mundo, una habitación al aire libre donde los patios se rodean de paredes, quedando únicamente abiertos hacia el cielo como gran y único protagonista.
Sin duda, la casa de Barragán pertenece al lugar donde se enclava. Su visita nos rememora el color de la que está impregnada, que es el propio color de México, su luz cálida y dorada, su vegetación y el peso de su tradición popular. Un lugar que nos transforma y que está catalogado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
1“Revisitando a Luis Barragán”. Carlos Jiménez. Cuadernos de Arquitectura 6: El legado de Luis Barragán (1902-2002), 2002, México.
2 “Luis Barragán y los duendes del sitio”. Carlos Mijares. Cuadernos de Arquitectura 6: El legado de Luis Barragán (1902-2002), 2002, México.
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